En el paradigma tradicional de la educación, la y el docente ocupan un lugar central en el desarrollo del proceso educativo. Tanto la planificación como la ejecución de la mediación pedagógica y la labor administrativa son orientadas por el educador y la educadora con una mínima participación de otros actores de la comunidad escolar. Dentro de esta perspectiva poco democrática de la educación, la participación de padres y madres se limita a tareas asistenciales y a una actitud pasiva y dependiente de las y los estudiantes.
Para Crespo, citado por (van der Bijl, 2003): “El maestro rural mantiene la idea de que la participación de los padres y madres de familia es aceptable, cuando se trata de prestar las manos, para arreglar la escuela o conseguir alguna obra. Los padres y madres, por su parte, han sustentado su distancia con la escuela en la opinión de que para la enseñanza está el maestro” (p. 28). Lejos de considerarse aliados en la educación de los menores, las relaciones entre docentes, padres y madres de familia se han tornado, en algunos casos, conflictivas. Como si estuvieran ubicados en aceras diferentes, unos responsabilizan a los otros del fracaso escolar de las y los menores.
La legislación vigente en el Ecuador, que enfatiza los derechos de niños, niñas y adolescentes, le ha dado poder a los padres y madres para reclamar por sus derechos y los de sus hijos e hijas. Sin embargo, este empoderamiento aún no trasciende a lo cooperativo o colaborativo. Es decir, hasta ahora, la comunidad sabe que puede exigir una educación de calidad, pero aún no es consciente de que también puede y debe ser co-educadora en los procesos de aprendizaje.
Desde una perspectiva renovadora de la educación en el Modelo ChanGo la participación se concibe como un hecho mucho más complejo, que exige responsabilidad y compromiso de todos los actores, y que está fundamentado en una relación de equidad, con un alto sentido de pertenencia e identificación con el grupo. La participación adquiere sentido cuando se constituye en un medio para la construcción de un proyecto común en el que se requiere del aporte de todos y todas. La participación no es un fin en sí mismo, sino un medio para lograr cambios cualitativos a nivel personal y colectivo.
Fuera de la institución escolar, se encuentran realidades que tienen que enfrentarse día a día. Por lo tanto, la escuela tiene que ser un espacio mediador, donde se pueden encontrar las respuestas a esas realidades. Es necesario que el o la docente cuente con el apoyo de los vecinos, los padres y madres de familia y los y las líderes comunales, para que compartan su bagaje cultural y contribuyan a ampliar las nociones que los estudiantes poseen. De esta manera, se trata de encontrar un vínculo y un equilibrio entre lo local y lo universal, lo personal y lo colectivo, lo tradicional y lo nuevo, la comunidad y el aula escolar.
Se transita, entonces, de un papel de espectador a uno de actor. Se abre el espacio para que aquel que estaba silenciado, pueda hablar, aquel que estaba excluido de la toma de decisiones, pueda decidir, o aquel que solo habla, se comprometa a trabajar. Sin embargo, no basta con el deseo de querer subirse al escenario. Tanto padres y madres, como estudiantes y docentes deben aprender cómo asumir este nuevo papel. Es aquí donde el o la docente, como líder, debe crear las posibilidades para que los otros actores se animen a subirse al escenario, y luego, para que actúen.
Ahora bien, en este proceso de transformación remamos todos juntos, por esa razón el trabajo en el modelo ChanGo es con todos los actores, en este caso tantos los docentes, estudiantes y las familias podemos cambiar nuestras relaciones y ejercer nuestro derecho a ser corresponsables y participar de la construcción educativa. El rol del docente es crucial en esto, al ser los que lideran y guían los espacios educativos.
En este sentido, su tipo es importante, que este pueda ser abierto y democrático debe permitir a los procesos participativos dentro del aula. La participación que logre el o la docente debe ser parte de una estrategia institucional, que si bien es cierto no es una camisa de fuerza, debe servir de apoyo a las iniciativas que nazcan en su interior. La descentralización y la autonomía son principios de la participación que deben ponerse en práctica desde los espacios micros del sistema educativo, que, en este caso, está constituido por el aula escolar. No podrían garantizarse verdaderos procesos participativos dentro de una estructura administrativa tradicional, vertical y centralizada. El y la docente deben crear los espacios para la construcción común del proceso educativo a través de una actitud de diálogo y escucha permanente.